Haciendo un pequeño ejercicio de memoria comprobamos el cambio radical en la estética y funcionalidad de los centros de trabajo y locales públicos.
La idea de “lo mejor para mi casa” prevalecía sobre el resto. Se concebía el puesto de trabajo como un lugar al que acudir por obligación o castigo.
En función de la demanda y la competencia se equipaban locales públicos y oficinas con más o menos acierto. Recuerdo especialmente las salas de espera de médicos, notarios y abogados. Tarde o temprano pasabas por ellas obligatoriamente y encontrabas una verdadera colección de muebles, lámparas y cuadros retirados de sus respectivas viviendas. Auténticos trasteros deprimentes gracias a que la clientela estaba asegurada. Por supuesto el despacho principal era un auténtico mausoleo plagado de muebles y enseres de museo…a todo lujo. No es justo generalizar porque había profesionales que se preocupaban por la imagen de su negocio.
En los comercios más de lo mismo, si eran tiendas con artículos de primera necesidad (farmacias, ultramarinos, papelerías…) no había que esforzarse por captar clientela, la venta estaba asegurada. En cambio en tiendas de “capricho” (ropa, zapatos, joyas…) la necesidad de captar clientes obligaba a echarle más cariño al tema.