Puntuales a su cita anual, Navidad y Fin de Año se aproximan. En estas fechas a todos nos invade una extraña sensación de vértigo. Identificamos el final de año con un enorme precipicio y el cambio con un gran salto al vacío. Hacemos balance y comprobamos con desazón la cantidad de proyectos y objetivos incumplidos. Convertimos un espacio temporal en un muro material, en una barrera que solo existe en el calendario. Intentamos solucionar en un par de semanas todos los asuntos aparcados durante meses.
Gracias al enfoque comercial que hemos dado a estas fechas en los últimos años, la carrera a ninguna parte se adelanta. Termina el verano y nuestras ciudades y comercios empiezan a llenarse de productos navideños. ¡Que estrés!
Hemos cambiado el ¡Paz y amor! Por el ¡Comed, gastad y reventad que el mundo se acaba!
Compramos la comida a espuertas y los regalos a destajo, da igual el precio y el destinatario. Organizamos reuniones y fiestas que acaban con nuestra resistencia física y mental. Intentamos dar la campanada con modelitos de dudoso gusto y recurrimos a todo tipo de artilugios para dar la nota.
Afortunadamente en mitad de todo este caos absurdo los niños nos devuelven la sonrisa y la esperanza. Su inocencia y la ilusión que derrochan obran el verdadero milagro cada Navidad. Alguien debería inventar una máquina del tiempo que nos permitiera viajar al pasado, que nos convirtiera en niños por unos días.
Afortunadamente cada año conseguimos sobrevivir a esta estridente montaña rusa. Pasan las fiestas y seguimos en el mismo sitio, con el mismo panorama. La materia ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma; Perdemos pasta en el bolsillo y ganamos centímetros en el ombligo… ¡Puro lujo!
Tranquilos que en enero la rueda comienza a girar; Propósito de enmienda, afirmaciones rotundas como ¡de este año no pasa!; Listas interminables de asuntos pendientes; Promesas de retomar amistades descuidadas; Arrepentimiento ante tanto despropósito…
Necesitamos perspectiva y calma, tomemos las cosas como vienen y no hagamos un drama de todo. Disfruta de tus seres queridos, comparte con ellos un poco de tu tiempo, busca tus regalos con “cariño”, viste tu casa de fiesta, cambia tus rutinas, sonríe y déjate llevar.
La Navidad tiene muchos detractores, demasiada gente la considera triste y un poco injusta. Tal vez no les falten motivos para odiarla pero estoy segura de que todo es un problema de actitud. Hasta en las situaciones más terribles siempre hay un rayito de luz, el secreto es descubrirlo.