Me encantan las revistas de decoración, son didácticas y entretenidas, nos ayudan a dar un aire nuevo a nuestra casa, aportan ideas sugerentes y presentan alternativas y materiales maravillosos. En definitiva actualizan y renuevan nuestras ideas de decoración. Todas persiguen la casa perfecta, ese rincón con el que todos hemos soñado alguna vez. El problema radica en un sector de público que se aferra a ellas como a una especie de catecismo que hay que seguir a rajatabla, ignorando cualquier limitación. Deberían llevar en la portada un aviso de “usar con precaución” un manual básico de utilización.
Cuando alguien decide reformar o re-decorar su vivienda, instintivamente se lanza a comprar revistas buscando ideas para conseguir un resultado perfecto, toca jugar a ser interiorista. La mayoría filtra su contenido y aprovecha la información cogiendo las propuestas factibles y aplicables a su vivienda. En estos casos facilitan la primera toma de contacto entre clientes y profesionales del sector. La línea está clara y el estilo perfectamente definido, al menos hay un punto de partida.
A menudo nos enfrentamos a clientes que aparecen pertrechados de fotos, reportajes, artículos y toda clase de información gráfica. Plantan encima de la mesa su valioso material y te dicen «quiero que mi casa quede así», sin reparar en la diferencia de espacio y de presupuesto. Te muestran unas fotos de una villa maravillosa en el Lago Como, por ejemplo, y te piden que les montes un salón o una cocina igual al de la foto. Se empeñan en poner islas en cocinas minúsculas, en aprovechar muebles incalificables, en hacer combinaciones imposibles… El problema radica en que toda su vivienda ocupa el mismo espacio que una parte de esa espléndida cocina. Mezclar estilos vale con cierta coherencia, no con retales y trastos de difícil clasificación. Elegir colores depende en gran medida del espacio y la luz. Conseguir algo parecido a la imagen de la foto es cuestión de magia. Algunos entran en razón rápidamente, en cambio otros no asumen que es materialmente imposible y económicamente inalcanzable.