Esta especie de “montaña rusa” en la que llevamos inmersos varios años, está afectando a nuestra manera de plantear las cosas. Subidas y bajadas vertiginosas que nos descolocan y nos plantean cambios continuos en nuestra escala de valores. La burbuja económica creó en nosotros una necesidad enfermiza de “comprar”, nos convirtió en consumidores compulsivos.
Al principio calidad y cantidad compartían espacio; El pinchazo económico nos dejó sumidos en esa inercia compradora desequilibrando la balanza. Mantenemos la cantidad en detrimento de la calidad. Somos la generación del “todo a 100”, mucho, barato y malo. En definitiva compramos con mentalidad de usar y tirar.
Basta con analizar el cambio de significado en el concepto “coleccionista”. Recuerdo cuando una colección era fruto de años de búsqueda, un proceso lento, meticuloso y elaborado. Cada pieza era especial, una pequeña conquista, un tesoro.
Ahora somos “coleccionistas de quiosco”, cada fin de semana con el periódico tenemos un elemento nuevo o simplemente vamos a la tienda y compramos toda la colección de golpe. Padecemos una especie de síndrome de Diógenes que nos empuja a acumular todo tipo de cosas. A la misma velocidad que conseguimos algo lo acabamos arrinconando en una caja en el fondo del armario.