Esta especie de “montaña rusa” en la que llevamos inmersos varios años, está afectando a nuestra manera de plantear las cosas. Subidas y bajadas vertiginosas que nos descolocan y nos plantean cambios continuos en nuestra escala de valores. La burbuja económica creó en nosotros una necesidad enfermiza de “comprar”, nos convirtió en consumidores compulsivos.
Al principio calidad y cantidad compartían espacio; El pinchazo económico nos dejó sumidos en esa inercia compradora desequilibrando la balanza. Mantenemos la cantidad en detrimento de la calidad. Somos la generación del “todo a 100”, mucho, barato y malo. En definitiva compramos con mentalidad de usar y tirar.
Basta con analizar el cambio de significado en el concepto “coleccionista”. Recuerdo cuando una colección era fruto de años de búsqueda, un proceso lento, meticuloso y elaborado. Cada pieza era especial, una pequeña conquista, un tesoro.
Ahora somos “coleccionistas de quiosco”, cada fin de semana con el periódico tenemos un elemento nuevo o simplemente vamos a la tienda y compramos toda la colección de golpe. Padecemos una especie de síndrome de Diógenes que nos empuja a acumular todo tipo de cosas. A la misma velocidad que conseguimos algo lo acabamos arrinconando en una caja en el fondo del armario.
Trasladamos esta necesidad de acumular y cambiar continuamente a nuestra vivienda. Montar o decorar una casa parece una carrera contra reloj. Hemos perdido el placer de buscar el elemento perfecto para cada rincón. Piezas únicas llenas de sabor que salían a nuestro encuentro de una forma totalmente natural, amor a primera vista. La impaciencia y las prisas nunca han sido buenas consejeras.
Copiar es una opción rápida y sencilla pero al final nuestras casas pierden personalidad, todas son iguales. Lo único que cambia son las imágenes de los portarretratos.
A fuego lento todo sabe mejor, completar nuestro escenario paso a paso aumenta el porcentaje de acierto. Si nuestro presupuesto es limitado, mejor esperar y no precipitarnos con muebles y complementos de dudosa calidad.
Las imitaciones y copias no dejan de ser un mal reflejo. Una flor de plástico nunca estará a la altura de una planta natural.
Nos falta calma y planificación, dar un paso atrás y coger un poco de perspectiva. Hemos perdido autenticidad en todos los terrenos. Nuestra forma de vida, las ciudades, las casas, la moda…todo es una réplica, todas se parecen demasiado.
No olvidemos que lo que tienes de diferente, te hace único y por tanto, especial.